Mi Problema con Gabite- Historia, Concurso de Escritura 2022
May 16, 2022 16:21:45 GMT | To Top
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Post by UmbreonSupremo on May 16, 2022 16:21:45 GMT
― ¿Por qué lo hiciste Gabite? Confiaba en ti, me decepcionaste.
Mire a mi Gabite con mucha tristeza, él simplemente devolvió su apenada mirada y respondió con un débil gruño. Miré entonces el recipiente nuevamente y observé que estaba vacío, había corroborado lo que vi.
― Te comiste todas las bayas. ¡No tienes remedio!
Puse de nuevo el bowl plástico en la mesa de la cocina y tomé la canasta que dejaba comúnmente encima de la nevera para poder ir a recoger más, el invierno se acercaba y las bayas empezaban a escasear por los alrededores, y comprarlas en los mercados sería muy caro por la demanda. Mi Gabite me siguió, cabizbajo y tratando de emendar el error que cometió. Eso o quería comer más bayas afuera, aunque yo en todo momento le repetía que no comería más bayas, puesto a que no estuvo bien que lo hiciera. Mi pequeña Pachirisu trepó por mi pierna hasta mi hombro y me siguió al bosque igualmente.
― ¿Has encontrado algo cerca? ― Pregunté a mi querida Pachirisu, pero ella simplemente negó con su cabeza.
― Pachi pach… ― Fue lo único que salió de su boca, tratando de decirme “lo siento”.
Con mi mano izquierda, la cual no llevaba la canasta, acaricié la diminuta cabeza de Pachirisu. Los pokémon como Pachirisu eran muy buenos para encontrar bayas, al fin y al cabo son ardillas eléctricas. Yo sabía que Pachirisu obviamente tenía sus reservas de bayas escondidas y no me las daría, era muy celoso con la comida que guarda, pues son como su “tesoro”.
Miré a Gabite muy enojado, desde que era un Gible siempre hacía lo mismo, sólo comía y comía sin parar, una vez vació mi despensa entera en una hora, pude recuperarlo pues era otra fecha más sencilla para conseguir comida, pero actualmente no estamos en términos de perder nuestras reservas de alimento por un glotón. Desde que evolucionó su apetito ha sido más grande, tanto así que no quiero si quiera que evolucione nuevamente, pues de ser así podría dejarme sin comida de por vida y estaría viviendo esclavizado para alimentar a un pokémon que verdaderamente no entiende ni valora todo lo que hago por él.
― Gabite, ten por seguro que será la última vez. No creo que esto pueda continuar así por mucho tiempo. ― Le comenté.
Hacía unas semanas había tomado una triste decisión, y negocié con un extranjero de Hoenn para cambiar mi Gabite por su Shelgon, era un pokémon extranjero y el vendedor fue recomendado por un mercader que llegó a ciudad Vetusta hacía un tiempo, no tenía nada que perder, más bien creía que ganaría mucho más que con un simple Gabite glotón, el cual podría reemplazar con un poderoso Shelgon. O eso era lo que yo esperaba realmente…
Luego de buscar por más de dos horas en el bosque, Pachirisu divisó a lo lejos un arbusto de bayas aranja, corrimos hacia el lugar pero nos detuvimos justamente cuando vimos que el mismo estaba justo al pasar la valla de la antigua mansión del Sr. Fortuny. Pachirisu no quería entrar, incluso estaba temblando, yo por mi parte dudé en un principio, pero luego escuché un sonido que me llamó mucho la atención, Gabite había ido a por las bayas con mucho entusiasmo, era obvio, había encontrado comida, era lo único que le importaba, pero yo tuve que perseguirlo rápidamente para detenerlo, intenté hacerlo pero su fuerza era tremenda y para cuando observé alrededor habíamos traspasado el cercado, rompiéndolo de hecho. Gabite intentó meterles un mordisco a las bayas pero rápidamente me puse enfrente y se quedó quieto.
― ¡Basta Gabite! ¿Qué fue lo que te dije? ¡No más bayas, tenemos que guardar para el invierno, Pokémon tonto! ― Le grité enojado.
Gabite no se contentó con esto, incluso estaba muy triste por haberle gritado e insultado, tanto que se fue a casa cabizbajo. Volteé a ver el arbusto de bayas aranja, pero al ver la enorme y vieja mansión me espanté mucho, había escuchado muchas leyendas y mitos de mis amigos y vecinos sobre la construcción, pero jamás había estado tan cerca como ahora. Respiré profundo y miré a Pachirisu, quien por cierto estaba tirado en el suelo enroscado en su cola, escondiéndose como si de una barricada se tratase, temblando como si estuviéramos congelándonos en el polo norte.
― N-no pasa nada Pachirisu, está bien. Ya estamos dentro. Cojamos las bayas y salgamos de acá cuanto antes… ― Miré el arbusto que tenía enfrente y mis ojos se iluminaron como estrellas ― ¡Es increíble! ¡Hay muchísimas, es un arbusto enorme! ― Era obvio que iban a haber muchísimas, ni si quiera los Pokémon se atrevían a pasar del otro lado de la valla.
Pachirisu también recobró su energía al ver tantas bayas aranja juntas, tanto que de sus mejillas salían chispitas. Empezamos la recolección para salir rápidamente del lugar, pero de la nada escuché una voz que hizo que un frío recorriera desde la punta de mi cabeza hasta el final de los dedos de mis pies, incluso mi piel se puso de gallina.
― Déjame ayudar, por favor ― Escuché, y al voltear, tembloroso y lleno de pavor, observé una niña pequeña que ofrecía su ayuda.
Me calmé un poco y exhalé para volver a recuperar el aliento, pero de la nada el ambiente se había vuelto frío y de mi boca salía humo blanco por la misma baja temperatura. Al ver que era una niña, y vestía similar a las del pueblo, simplemente acepté su ayuda.
― C-claro, n-no hay problema, incluso puedo regalarte algunas. ―Le dije intentando no mostrar mi miedo, el cual empezaba a desparecer.
La niña y yo estuvimos unos minutos recogiendo bayas, hasta que la canasta se llenó, ella nunca habló y yo no quise hacer ninguna pregunta. Cuando terminamos, quise agradecer su ayuda pero al voltear a verla… Había desaparecido. Pachirisu y yo nos quedamos perplejos por unos cortos segundos hasta que empezamos a gritar como locos, tomé rápidamente la canasta y salí corriendo cual Rapidash en una carrera hasta llegar a mi casa. Una vez allí, Pachirisu y yo nos tiramos al suelo para tomar aire, estábamos agotados de tanto correr y con nuestros corazones palpitando a gran velocidad. Sin embargo, conseguimos nuestro objetivo: recolectamos las bayas para el invierno, incluso llegamos a coger más de las necesarias.
Entré a la casa sonriendo y riéndome junto a Pachirisu del tema del fantasma, la niña fue de gran ayuda, quizás solo había salido corriendo de allí… pero nunca escuché sus pisadas, el tema me inquietaba, pero olvidé todo al ver a Gabite en el suelo de la casa, todo golpeado y amoratado, como si hubiese estado en una pelea, llegando a tener muchas heridas en su cuerpo.
― Oh Gabite… ¿Quién te hizo esto? Pobre…
Fui directamente a buscar algunos vendajes al botiquín de primeros auxilios y saqué una poción del mismo, la cual le hice beber para que mejorase su salud. Gabite empezó a mejorar rápidamente, entonces fue cuando empecé a reclamarle.
― ¿Ves lo que sucede? Siempre es lo mismo, Gabite. Todo por esta obsesión tuya por la comida. ¡Deja eso de una vez! Actuaste como un tonto al tratar de venir tu solo a casa. ― Exclamé enojado a mi Gabite, quien, ahora enojado, salió fuera y se tiró en el patio muy iracundo.
Transcurrió la tarde, y llegando el atardecer alguien tocó a la puerta de mi casa. Abrí y había un chico de unos doce años, de gorro blanco y verde, con una camisera negra con detalles anaranjados. Sonreí y le dejé pasar a mi casa, era el extranjero de Hoenn, que emoción que por fin pudiera llegar. Le invité a compartir una cena conmigo y que pasara la noche en casa, incluso le presenté a Gabite, quien estaba dormido en el frente de la casa. Me preguntó si no encerraba a mis pokémon en sus pokeballs, pero le comenté que me gustaba que fueran libres de hacer lo que quisieran, algo que en cierta forma era hipócrita de mi parte, pero el chico sonrió y me dijo:
― El mundo necesita más gente amorosa, que cuide de sus pokémon como tú. Creo que estará bien confiarte a mi Shelgon, te lo mereces. Es un poco complicado cuidar de él, recientemente lo capturé pero creo que dejarlo metido en una caja del PC es muy triste para él, asique ahora creo que tendrá más libertad y podrá coger más aire libre de vez en cuando. ― Dijo y rio para sus adentros.
Yo estaba muy feliz, había logrado tener la confianza del extranjero, y al finalizar nuestra cena le ofrecí quedarse en mi casa esa noche. Durmió sin problemas en el sofá de la sala de estar, junto a Gabite, quien se quedó en el suelo, y mi Pachirisu estuvo conmigo en la habitación.
A la mañana siguiente, el extranjero tomó sus cosas muy temprano y me confió la pokeball de su Shelgon, mientras que yo le confié la de Gabite. Mientras se alejaba, Gabite observó mi casa por última vez mientras yo ondeaba mi mano en señal de despedida y le mostraba una sonrisa, y mi sentimiento era de mucha satisfacción. Luego, volvió su cabeza hacia el frente y se fue cabizbajo.
Yo por mi parte observé con entusiasmo la pokeball de Shellgon y salí corriendo a la Ruta 205 para poder observarlo.
Una vez que saqué a Shelgon observé que era más o menos de mi tamaño, comparado con Gabite que era más alto. Shelgon al verme gruñó muy enojado, incluso me asusté mucho porque intenté acercarme e intentó embestirme. Pachirisu y yo le tuvimos mucho miedo. Intenté probar sus técnicas pero era demasiado perezoso, no quería obedecerme, el extranjero nunca mencionó nada de que se comportara mal, por lo que supuse que era porque yo era un extraño, asique intenté convencerlo con comida, le di algunas bayas, las cuales aceptó, pero seguía igual. Su entrenamiento fue muy duro para mí, pasaron muchos meses y él apenas realizaba lo que se le pedía. Llegó un día en el que tuvo que evolucionar a Salamence después de meses y meses de duro entrenamiento, pero claro, el más afectado y cansado por todo este entrenamiento era yo.
Esperaba que su aptitud al evolucionar cambiase, pero resultaba que era peor. Intentaba usar sus ataques, vuelo, triturar, garra dragón, lanzallamas… todo era inútil. De vez en cuando empezaba a volar, pero en vez de eso simplemente volvía a descender sin hacer más nada. En invierno esperaba calentar la chimenea con su lanzallamas, pero no lo hacía. Nada de lo que le pedía lo hacía. El intercambio para mí fue una tortura, no una bendición. Había resuelto el tema de la comida, pero la situación con Salamence iba para peor…
Un día llegó nuevamente el extranjero, fue una mañana de verano, había mucho calor y él traía detrás un enorme Garchomp que me miró fijamente, nos reconocimos mutuamente, era mi Gabite, el cual había evolucionado en un grandioso dragón de gran tamaño y al parecer muy disciplinado.
El extranjero me pidió ver a Salamence, pero se decepcionó mucho de mí al ver que Salamence simplemente era un pokémon vago que se pasaba el día tirado en el suelo durmiendo. Me pidió entonces una batalla, la cual acepté.
Empezamos eligiendo nuestros mejores pokémon, obviamente él eligió a Garchomp, yo no podía sacar a Pachirisu por la desventaja de tipo y la gran fuerza de Garchomp, asique mi única oportunidad era ir junto a Salamence…
Salamence se levantó al ver a su antiguo entrenador, y Garchomp se puso enfrente con mucho orgullo, como echándome en cara de que había conseguido a alguien mejor.
― ¡Salamence, Garra Dragón! ― Empecé con eso la batalla.
Salamence ignoró mi orden y se quedó observando a su antiguo entrenador.
― ¡Has lo que te digo inútil pokémon! ― Grité, decepcionado de que no me obedeciera.
― Es por eso que no te obedece, no sabes cómo tratar a un pokémon realmente. Sólo te importa lo que ellos puedan hacer por ti, pero tú ni si quiera te esfuerzas por tratarlos bien y hacer un vínculo real de amistad. ― Comentó el extranjero.
― ¡Que vas a saber tú de eso! ― Reclamé, muy enojado.
― Garchomp, utiliza Meteoro Draco ― Dijo muy serio.
Garchomp obedeció sin más, y de su brillante boca salieron cientos de disparos de color púrpura como meteoros gigantes que golpearon a Salamence y lo dejaron fuera de batalla. Fue simplemente magnífica la manera en que lo obedeció sin remedio. Incluso sacó una baya frambu de su bolsillo y la ofreció a Garchomp como premio, pero este simplemente la rechazó.
― ¿Qué? ¿C-cómo hiciste eso? ― Pregunté atontado por la manera en que se rechazó la comida mi antiguo pokémon.
― Entrenamiento. Sin insultarlo y sin golpearlo, buscando la mejor manera de resolver las cosas y no apartándolo u ocultándolo. Si escondes el polvo debajo de la cama, tu habitación sigue estando sucia. Así mismo sucede con los problemas, en vez de resolverlo simplemente lo apartas en vez de solucionarlo. Me has demostrado que no eres digno de ser un entrenador Pokémon, y te voy a pedir por las buenas que me devuelvas a mi Salamence, por favor.
Sus palabras fueron ciertas, tuve que aceptar que mis métodos no eran los mejores, era una persona de lo peor, e intentaba ocultarlo siendo un buen entrenador con Pachirisu pero uno terrible con mis otros pokémon. Devolví la pokeball de Salamence y vi partir nuevamente al extranjero junto a mi antiguo pokémon, que ahora se había vuelto muy disciplinado y fuerte.
“Los problemas no se solucionan olvidándose de que existen, o apartándolos; los problemas se solucionan cuando buscamos la manera de resolverlos” Esa fue la lección que aprendí ese día de un gran entrenador de la región de Hoenn.
Mire a mi Gabite con mucha tristeza, él simplemente devolvió su apenada mirada y respondió con un débil gruño. Miré entonces el recipiente nuevamente y observé que estaba vacío, había corroborado lo que vi.
― Te comiste todas las bayas. ¡No tienes remedio!
Puse de nuevo el bowl plástico en la mesa de la cocina y tomé la canasta que dejaba comúnmente encima de la nevera para poder ir a recoger más, el invierno se acercaba y las bayas empezaban a escasear por los alrededores, y comprarlas en los mercados sería muy caro por la demanda. Mi Gabite me siguió, cabizbajo y tratando de emendar el error que cometió. Eso o quería comer más bayas afuera, aunque yo en todo momento le repetía que no comería más bayas, puesto a que no estuvo bien que lo hiciera. Mi pequeña Pachirisu trepó por mi pierna hasta mi hombro y me siguió al bosque igualmente.
― ¿Has encontrado algo cerca? ― Pregunté a mi querida Pachirisu, pero ella simplemente negó con su cabeza.
― Pachi pach… ― Fue lo único que salió de su boca, tratando de decirme “lo siento”.
Con mi mano izquierda, la cual no llevaba la canasta, acaricié la diminuta cabeza de Pachirisu. Los pokémon como Pachirisu eran muy buenos para encontrar bayas, al fin y al cabo son ardillas eléctricas. Yo sabía que Pachirisu obviamente tenía sus reservas de bayas escondidas y no me las daría, era muy celoso con la comida que guarda, pues son como su “tesoro”.
Miré a Gabite muy enojado, desde que era un Gible siempre hacía lo mismo, sólo comía y comía sin parar, una vez vació mi despensa entera en una hora, pude recuperarlo pues era otra fecha más sencilla para conseguir comida, pero actualmente no estamos en términos de perder nuestras reservas de alimento por un glotón. Desde que evolucionó su apetito ha sido más grande, tanto así que no quiero si quiera que evolucione nuevamente, pues de ser así podría dejarme sin comida de por vida y estaría viviendo esclavizado para alimentar a un pokémon que verdaderamente no entiende ni valora todo lo que hago por él.
― Gabite, ten por seguro que será la última vez. No creo que esto pueda continuar así por mucho tiempo. ― Le comenté.
Hacía unas semanas había tomado una triste decisión, y negocié con un extranjero de Hoenn para cambiar mi Gabite por su Shelgon, era un pokémon extranjero y el vendedor fue recomendado por un mercader que llegó a ciudad Vetusta hacía un tiempo, no tenía nada que perder, más bien creía que ganaría mucho más que con un simple Gabite glotón, el cual podría reemplazar con un poderoso Shelgon. O eso era lo que yo esperaba realmente…
Luego de buscar por más de dos horas en el bosque, Pachirisu divisó a lo lejos un arbusto de bayas aranja, corrimos hacia el lugar pero nos detuvimos justamente cuando vimos que el mismo estaba justo al pasar la valla de la antigua mansión del Sr. Fortuny. Pachirisu no quería entrar, incluso estaba temblando, yo por mi parte dudé en un principio, pero luego escuché un sonido que me llamó mucho la atención, Gabite había ido a por las bayas con mucho entusiasmo, era obvio, había encontrado comida, era lo único que le importaba, pero yo tuve que perseguirlo rápidamente para detenerlo, intenté hacerlo pero su fuerza era tremenda y para cuando observé alrededor habíamos traspasado el cercado, rompiéndolo de hecho. Gabite intentó meterles un mordisco a las bayas pero rápidamente me puse enfrente y se quedó quieto.
― ¡Basta Gabite! ¿Qué fue lo que te dije? ¡No más bayas, tenemos que guardar para el invierno, Pokémon tonto! ― Le grité enojado.
Gabite no se contentó con esto, incluso estaba muy triste por haberle gritado e insultado, tanto que se fue a casa cabizbajo. Volteé a ver el arbusto de bayas aranja, pero al ver la enorme y vieja mansión me espanté mucho, había escuchado muchas leyendas y mitos de mis amigos y vecinos sobre la construcción, pero jamás había estado tan cerca como ahora. Respiré profundo y miré a Pachirisu, quien por cierto estaba tirado en el suelo enroscado en su cola, escondiéndose como si de una barricada se tratase, temblando como si estuviéramos congelándonos en el polo norte.
― N-no pasa nada Pachirisu, está bien. Ya estamos dentro. Cojamos las bayas y salgamos de acá cuanto antes… ― Miré el arbusto que tenía enfrente y mis ojos se iluminaron como estrellas ― ¡Es increíble! ¡Hay muchísimas, es un arbusto enorme! ― Era obvio que iban a haber muchísimas, ni si quiera los Pokémon se atrevían a pasar del otro lado de la valla.
Pachirisu también recobró su energía al ver tantas bayas aranja juntas, tanto que de sus mejillas salían chispitas. Empezamos la recolección para salir rápidamente del lugar, pero de la nada escuché una voz que hizo que un frío recorriera desde la punta de mi cabeza hasta el final de los dedos de mis pies, incluso mi piel se puso de gallina.
― Déjame ayudar, por favor ― Escuché, y al voltear, tembloroso y lleno de pavor, observé una niña pequeña que ofrecía su ayuda.
Me calmé un poco y exhalé para volver a recuperar el aliento, pero de la nada el ambiente se había vuelto frío y de mi boca salía humo blanco por la misma baja temperatura. Al ver que era una niña, y vestía similar a las del pueblo, simplemente acepté su ayuda.
― C-claro, n-no hay problema, incluso puedo regalarte algunas. ―Le dije intentando no mostrar mi miedo, el cual empezaba a desparecer.
La niña y yo estuvimos unos minutos recogiendo bayas, hasta que la canasta se llenó, ella nunca habló y yo no quise hacer ninguna pregunta. Cuando terminamos, quise agradecer su ayuda pero al voltear a verla… Había desaparecido. Pachirisu y yo nos quedamos perplejos por unos cortos segundos hasta que empezamos a gritar como locos, tomé rápidamente la canasta y salí corriendo cual Rapidash en una carrera hasta llegar a mi casa. Una vez allí, Pachirisu y yo nos tiramos al suelo para tomar aire, estábamos agotados de tanto correr y con nuestros corazones palpitando a gran velocidad. Sin embargo, conseguimos nuestro objetivo: recolectamos las bayas para el invierno, incluso llegamos a coger más de las necesarias.
Entré a la casa sonriendo y riéndome junto a Pachirisu del tema del fantasma, la niña fue de gran ayuda, quizás solo había salido corriendo de allí… pero nunca escuché sus pisadas, el tema me inquietaba, pero olvidé todo al ver a Gabite en el suelo de la casa, todo golpeado y amoratado, como si hubiese estado en una pelea, llegando a tener muchas heridas en su cuerpo.
― Oh Gabite… ¿Quién te hizo esto? Pobre…
Fui directamente a buscar algunos vendajes al botiquín de primeros auxilios y saqué una poción del mismo, la cual le hice beber para que mejorase su salud. Gabite empezó a mejorar rápidamente, entonces fue cuando empecé a reclamarle.
― ¿Ves lo que sucede? Siempre es lo mismo, Gabite. Todo por esta obsesión tuya por la comida. ¡Deja eso de una vez! Actuaste como un tonto al tratar de venir tu solo a casa. ― Exclamé enojado a mi Gabite, quien, ahora enojado, salió fuera y se tiró en el patio muy iracundo.
Transcurrió la tarde, y llegando el atardecer alguien tocó a la puerta de mi casa. Abrí y había un chico de unos doce años, de gorro blanco y verde, con una camisera negra con detalles anaranjados. Sonreí y le dejé pasar a mi casa, era el extranjero de Hoenn, que emoción que por fin pudiera llegar. Le invité a compartir una cena conmigo y que pasara la noche en casa, incluso le presenté a Gabite, quien estaba dormido en el frente de la casa. Me preguntó si no encerraba a mis pokémon en sus pokeballs, pero le comenté que me gustaba que fueran libres de hacer lo que quisieran, algo que en cierta forma era hipócrita de mi parte, pero el chico sonrió y me dijo:
― El mundo necesita más gente amorosa, que cuide de sus pokémon como tú. Creo que estará bien confiarte a mi Shelgon, te lo mereces. Es un poco complicado cuidar de él, recientemente lo capturé pero creo que dejarlo metido en una caja del PC es muy triste para él, asique ahora creo que tendrá más libertad y podrá coger más aire libre de vez en cuando. ― Dijo y rio para sus adentros.
Yo estaba muy feliz, había logrado tener la confianza del extranjero, y al finalizar nuestra cena le ofrecí quedarse en mi casa esa noche. Durmió sin problemas en el sofá de la sala de estar, junto a Gabite, quien se quedó en el suelo, y mi Pachirisu estuvo conmigo en la habitación.
A la mañana siguiente, el extranjero tomó sus cosas muy temprano y me confió la pokeball de su Shelgon, mientras que yo le confié la de Gabite. Mientras se alejaba, Gabite observó mi casa por última vez mientras yo ondeaba mi mano en señal de despedida y le mostraba una sonrisa, y mi sentimiento era de mucha satisfacción. Luego, volvió su cabeza hacia el frente y se fue cabizbajo.
Yo por mi parte observé con entusiasmo la pokeball de Shellgon y salí corriendo a la Ruta 205 para poder observarlo.
Una vez que saqué a Shelgon observé que era más o menos de mi tamaño, comparado con Gabite que era más alto. Shelgon al verme gruñó muy enojado, incluso me asusté mucho porque intenté acercarme e intentó embestirme. Pachirisu y yo le tuvimos mucho miedo. Intenté probar sus técnicas pero era demasiado perezoso, no quería obedecerme, el extranjero nunca mencionó nada de que se comportara mal, por lo que supuse que era porque yo era un extraño, asique intenté convencerlo con comida, le di algunas bayas, las cuales aceptó, pero seguía igual. Su entrenamiento fue muy duro para mí, pasaron muchos meses y él apenas realizaba lo que se le pedía. Llegó un día en el que tuvo que evolucionar a Salamence después de meses y meses de duro entrenamiento, pero claro, el más afectado y cansado por todo este entrenamiento era yo.
Esperaba que su aptitud al evolucionar cambiase, pero resultaba que era peor. Intentaba usar sus ataques, vuelo, triturar, garra dragón, lanzallamas… todo era inútil. De vez en cuando empezaba a volar, pero en vez de eso simplemente volvía a descender sin hacer más nada. En invierno esperaba calentar la chimenea con su lanzallamas, pero no lo hacía. Nada de lo que le pedía lo hacía. El intercambio para mí fue una tortura, no una bendición. Había resuelto el tema de la comida, pero la situación con Salamence iba para peor…
Un día llegó nuevamente el extranjero, fue una mañana de verano, había mucho calor y él traía detrás un enorme Garchomp que me miró fijamente, nos reconocimos mutuamente, era mi Gabite, el cual había evolucionado en un grandioso dragón de gran tamaño y al parecer muy disciplinado.
El extranjero me pidió ver a Salamence, pero se decepcionó mucho de mí al ver que Salamence simplemente era un pokémon vago que se pasaba el día tirado en el suelo durmiendo. Me pidió entonces una batalla, la cual acepté.
Empezamos eligiendo nuestros mejores pokémon, obviamente él eligió a Garchomp, yo no podía sacar a Pachirisu por la desventaja de tipo y la gran fuerza de Garchomp, asique mi única oportunidad era ir junto a Salamence…
Salamence se levantó al ver a su antiguo entrenador, y Garchomp se puso enfrente con mucho orgullo, como echándome en cara de que había conseguido a alguien mejor.
― ¡Salamence, Garra Dragón! ― Empecé con eso la batalla.
Salamence ignoró mi orden y se quedó observando a su antiguo entrenador.
― ¡Has lo que te digo inútil pokémon! ― Grité, decepcionado de que no me obedeciera.
― Es por eso que no te obedece, no sabes cómo tratar a un pokémon realmente. Sólo te importa lo que ellos puedan hacer por ti, pero tú ni si quiera te esfuerzas por tratarlos bien y hacer un vínculo real de amistad. ― Comentó el extranjero.
― ¡Que vas a saber tú de eso! ― Reclamé, muy enojado.
― Garchomp, utiliza Meteoro Draco ― Dijo muy serio.
Garchomp obedeció sin más, y de su brillante boca salieron cientos de disparos de color púrpura como meteoros gigantes que golpearon a Salamence y lo dejaron fuera de batalla. Fue simplemente magnífica la manera en que lo obedeció sin remedio. Incluso sacó una baya frambu de su bolsillo y la ofreció a Garchomp como premio, pero este simplemente la rechazó.
― ¿Qué? ¿C-cómo hiciste eso? ― Pregunté atontado por la manera en que se rechazó la comida mi antiguo pokémon.
― Entrenamiento. Sin insultarlo y sin golpearlo, buscando la mejor manera de resolver las cosas y no apartándolo u ocultándolo. Si escondes el polvo debajo de la cama, tu habitación sigue estando sucia. Así mismo sucede con los problemas, en vez de resolverlo simplemente lo apartas en vez de solucionarlo. Me has demostrado que no eres digno de ser un entrenador Pokémon, y te voy a pedir por las buenas que me devuelvas a mi Salamence, por favor.
Sus palabras fueron ciertas, tuve que aceptar que mis métodos no eran los mejores, era una persona de lo peor, e intentaba ocultarlo siendo un buen entrenador con Pachirisu pero uno terrible con mis otros pokémon. Devolví la pokeball de Salamence y vi partir nuevamente al extranjero junto a mi antiguo pokémon, que ahora se había vuelto muy disciplinado y fuerte.
“Los problemas no se solucionan olvidándose de que existen, o apartándolos; los problemas se solucionan cuando buscamos la manera de resolverlos” Esa fue la lección que aprendí ese día de un gran entrenador de la región de Hoenn.